Buenos Aires es una ciudad para caminar. Para disfrutar de sus veredas arboladas, con cafés, bares y negocios. Y para admirar su variada arquitectura. Lamentablemente, hay que decirlo, sistemáticamente dañadas por insensibles grafitis.
Pero muchas veces esa mirada que tenemos a nivel de “planta baja”, se pierde una parte importante de la experiencia: admirar los bellos remates de sus edificios. Arquitecturas que sumadas hacen el skyline de la ciudad.
Hay otra mirada posible, mucho menos accesible y conocida: desde esos remates, cúpulas y terrazas al resto de la ciudad. Hacia esa excitante geografía que suma unas 400 cúpulas de distintos estilos, remates de modernos rascacielos, un “mar” infinito de manzanas bajas y hacia el otro lado, el otro horizonte: el estuario del Río de la Plata.
Con la idea de recuperar esas magníficas visiones de la ciudad nació, hace diez años y en el marco de los festejos del Bicentenario, el programa Miradores de Buenos Aires en el seno de la Gerencia Operativa de Patrimonio del Gobierno porteño. El puntapié inicial fue la confitería que estaba en uno de los últimos pisos del Edificio Comega, en la Avenida Corrientes 222, hasta que cerró.
Luego el programa fue ungiendo otras 8 locaciones que, en poco tiempo más, sumará la Torre de los Ingleses y otra más que la guardan como sorpresa. Las visitas son programadas y hay que inscribirse enviando un correo a miradores_gopat@buenosaires.gob.ar Acompañados del arquitecto Néstor Zakim, coordinador del programa, empezamos la recorrida “de afuera hacia adentro”.
La primera escala fue la Basílica Santa Rosa de Lima (Av. Belgrano 2216), esa obra de Alejandro Christophersen, de 1934, con su imponente cúpula que recuerda a la Sacre Coeur de París y en cuya versión local tiene una exquisita mezcla de estilos que incluyen el neorrománico y neobizantino. Desde su cúpula se ve una Buenos Aires amesetada, salpicada por edificios de departamentos y medianeras por entre las cuales emergen, a lo lejos, muchas de las características cúpulas del macrocentro porteño.
De ahí nos trasladamos al mirador que está en el noveno piso del Automóvil Club Argentino, obra emblemática del Racionalismo, proyectada por Antonio Vilar, desde donde podemos divisar la costa norte hasta San Fernando y los magníficos espacios verdes de los Bosques de Palermo. También desde arriba se ven claramente las trazas del sinuoso Barrio Parque, con sus imponentes mansiones, ahora parcialmente tapadas por los frondosos árboles.
Más al sur, casi sobre el nuevo Paseo del Bajo, llegamos al Edificio Libertador donde funciona el Ministerio de Defensa, una obra de estilo Monumentalista, que combinó un Academicismo que se desvanecía con el proto Racionalismo y la ostentación de poder del Monumentalismo.
Desde el piso 15, en la base de la mansarda, donde está el mirador se ve, de un lado, el estuario del Ríos de la Plata y, cuando hay buena visión, se llega ver hasta Colonia. Más cerca, todo Puerto Madero, con sus parques, la Reserva Ecológica, los docks y rascacielos. Y desde la otra cara, se tiene una visión 180°, que incluye al fondo los imponentes conjuntos urbanos de Lugano I y II. Boedo, San Cristóbal, Congreso, con el Barolo y la cúpula del Congreso y hasta la terraza de la Casa Rosada con su histórico helipuerto. En frente, en Paseo Colón y Alsina, lo que fue el primer rascacielos de Buenos Aires en 1910, el Railway Building, que fue la central de ferrocarriles.
Una vez en el centro porteño, vale la pena hacer una escala en el Club Alemán, en Corrientes y 25 de mayo, obra bien moderna de Mario Roberto Álvarez. Desde el restaurant Zirkel, que está en el piso 22, “tenemos una estupenda visión del estuario del Río de la Plata, donde se percibe además la barranca que cosía la planicie donde se incrustó de alguna manera esa Buenos Aires ortogonal, que un sábado de 1580 fundó Juan de Garay”. Pero también, hacia el otro lado, se ve extenderse la ciudad hasta Merlo y Moreno, dimensionando la envergadura que adquirió nuestra ciudad.
Otra de las paradas ineludibles es en la Galería Güemes (Florida 165). Por la belleza del edificio, proyectado por Francisco Gianotti, el mismo que diseñó la Confitería del Molino y porque su mirador, allá por 1915 cuando se levantó, pasó a ser con sus 77 metros la construcción más alta de Buenos Aires hasta que en 1923 fue superado por el Palacio Barolo.
Seguimos por el Hotel Panamericano, en pleno eje Norte-Sur, sobre la Av. 9 de Julio, a pasos del “eje sentimental” y de “la postal” de la Ciudad, la avenida Corrientes y el Obelisco. Desde el piso 23, se puede ver el gran contraste entre el Sur y el Norte. El Norte, tapizado de rascacielos, Recoleta, Palermo, Belgrano; y, recortado entre sus edificios, la costa de San Isidro y San Fernando. Y hacia el Sur se puede percibir la ciudad de Quilmes y detalles de Avellaneda como la torre del cilindro del Racing Club de Avellaneda. Y en frente del Panamericano, sobresale sobre una de las terrazas el famoso chalecito en estilo normando de los ex Muebles Díaz.
No podía faltar en esta recorrida, subir a la cúpula del Edificio Miguel Bencich, en Diagonal Norte 616, lugar de concentración de las mejores cúpulas porteñas realizadas por arquitectos de todo el mundo.
Y, de la misma manera que esta esquina refiere al espíritu cosmopolita de Buenos Aires, la esquina de Avenida de Mayo y Salta lo hace a la hispanidad.
Ahí, en Avenida de Mayo 1194 se encuentra la Fundación Cassará, en lo que fuera un hotel construido para el Centenario. Allí funcionó el Bar Iberia, lugar donde se reunían los republicanos españoles. En frente, había otro bar que congregaba a los anárquicos. Y como cuenta Zakim, a partir de la guerra civil, “ahí se produjeron grandes bataolas que por suerte solo acababan con las vajillas, mientras que en España terminaron con millones de muertos”.
Desde la terraza de Cassará se pueden observar y “casi tocar con las manos” las cúpulas de esta avenida, que contradiciendo la confusión popular de que nació como eje cívico “en realidad, nació a instancias de Torcuato de Alvear quien imaginó una gran avenida que le abra la perspectiva nuestra chata y aburrida plaza mayor”.
Fuente: Clarín.com